domingo, 21 de marzo de 2010


No me gustan las máscaras exóticas, ni siquiera me gustan las más caras. Ni las máscaras sueltas, ni las desprevenidas, ni las amordazadas, ni las escandalosas. No me gustan y nunca me gustaron; ni las de carnaval, ni las de los tribunos. Ni las de verbena, ni las del santoral, ni las de apariencia, ni las de retórica. Me gusta la indefensa gente que da la cara y le ofrece al contiguo su mueca más sincera, y llora con su pobre cansancio imaginario, y mira con sus ojos de coraje o de miedo. Me gustan los que sueñan sin careta y no tienen pudor de sus tiernas arrugas; y si en la noche miran, miran con todo el cuerpo; y cuando besan, besan con sus labios de siempre. Las máscaras no sirven como segundo rostro; no sudan, no se azoran, jamás se ruborizan, sus mejillas no ostentan lágrimas de entusiasmo y el mentón no les tiembla de soberbia o de olvido. ¿Quién puede enamorarse de una faz delgada? no hay piel falsa que supla la piel lascivia, las máscaras alegres no curan la tristeza; no me gustan las máscaras, he dicho.

No hay comentarios:

Publicar un comentario