jueves, 11 de marzo de 2010


A veces, por supuesto, usted sonríe; y no importa lo linda o lo fea, lo vieja o lo joven, lo mucho o lo poco que usted realmente sea. Sonríe. Cual si fuese una revelación, y su sonrisa anula todas las anteriores, caducan al instante, sus rostros como máscaras, sus ojos duros, frágiles como espejos en óvalo, su boca de morder, su mentón de capricho, sus pómulos fragantes, sus párpados, su miedo. Sonríe y usted nace, asume el mundo; mira sin mirar, indefensa, desnuda, transparente. Y a lo mejor, si la sonrisa viene de muy, de muy adentro, usted puede llorar; sencillamente, sin desgarrarse, sin deseperarse, sin convocar la muerte, ni sentirse vacía. Llorar. Sólo llorar. Entonces, su sonrisa (si todavía existe) se vuelve un arco iris.

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