jueves, 29 de abril de 2010

Hay una ausencia que llena la mañana. Chorrea por la medianera de mi vida, me salpica con sus gotas justo sobre los párpados y me obliga a abrir los ojos a la realidad. Esa realidad solitaria, con gusto a domingo sin nadie que me invite a pasear. Sin nadie que se recueste sobre mi ombligo con ganas de que le cuente quien soy. Sin nadie dispuesto a peinar mis penas y dibujarme un corazón en el hombro con un crayón. Sin nadie no sería tan malo. Lo malo es que sea sin vos.
Ya no se como conjugar el verbo de tu presencia porque estás en mi vida y no. O porque tal vez vos estés en la mía y yo no en la tuya. Ya no más.
Porque tal vez tus ganas de verme se desvanecieron con tu última cerveza o con la morocha que te sonrió con algo más que una sonrisa.
Porque tal vez tu eternidad tenga la medida de lo breve y cuando dijiste que nuestro encuentro sería uno de los momentos que elegirías para que duren mucho tiempo, te referías exactamente a esto, a un diminuto plazo que solo cabe en un cáscara de nuez.
Porque quizás mi empeño en derribar tu muro haya sido poco o me hayan faltado herramientas. Pero no podía cavar un túnel y abrir la ventana a la vez.
O porque quizás no te gusten las sorpresas y mi mágica aparición en tu vida no haya hecho más que asustarte y enviarte al rincón.
Creeme que esta ausencia, obligada y repentina de vos, me hace pestañear frente al espejo y contemplar mi propio gesto de dolor.
Tuve que abrir el botiquín en busca de una venda y un poco de algodón para curar el agujerito que dejaste en mi ilusión. Me senté sobre el piso frío, con los pies descalzos y me di cuenta de algo que fue casi una revelación. Mi apuesta al amor sigue en pie, más allá de que mi torpe corazón siga andando a los tumbos por la vida, llevándose por delante a los que descreen como vos. Roto, emparchado y vuelto a remendar, aún conserva intacta la capacidad de creer que puede hablar en plural. Sigue convencido de que las horas pierden la mitad de intensidad cuando no se comparten y de que el mundo es un lugar creado para abrazarse.
Allá vos. Postergando. Aferrado a lo fugaz. A lo que no deja huella. A lo efímero que no tendrá la capacidad de lastimarte, pero tampoco de emocionarte.
Acá yo. Sorprendida. Llena de preguntas. Desilusionada al darme cuenta que eso de contar con vos no era más que hasta dos, o hasta tres a lo sumo.
Tus gestos los guardo. Tu voz la conservo. La sensación de haber creído que vos eras capaz de ser distinto la dejo sobre la mesita de luz. Como una teoría que no pudo ser confirmada. Como un ayuda memoria por si me vuelve a pasar.
Y vos, podés hacer con mi recuerdo lo que quieras. Con lo poco que sabés de mí. Con lo que no te animaste a averiguar. Con esa centena de besos y mi pelo largo. Con mis ojos mirándote como si lo fueras todo, al menos por una noche.
Dos seres recortados del paisaje. Absortos en medio de la multitud.
Eso fuimos. Eso es lo que viaja, sin despedirse, a la papelera de reciclaje.

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