viernes, 7 de mayo de 2010


Va a ser un domingo de julio, con el frío de invierno colándose entre los huesos. Voy a salir de mi casa, caminar dos cuadras hasta la parada del colectivo, que (contra mis pronósticos) va a llegar antes de lo esperado; 1,25, por favor. Después de una vista panorámica de mis compañeros de viaje, me voy a sentar en el último asiento, al lado de la ventana, voy a sacar mi tan preciado "Rayuela", y abrirlo en la página 223. Ante tantos intentos fallidos de lograr concentrarme en mi lectura, me rindo y decido, simplemente, esperar a llegar a mi destino.
Van a pasar unos 45 minutos; Mitre y Libertad, acá es. Voy a tocar el timbre y bajar de lo que de alguna manera, fue mi refugio.
Ya es la hora y claro, no estas. Voy a saberlo o me lo voy a imaginar; pero voy a volver a engañarme y creer que podes llegar a venir con esa sonrisa dibujada en la cara, con esos ojos, que son míos también. Pero no, van a pasar los minutos y no vas a llegar. La desilusión, nuevamente se adueña de mi.
Y voy a decidir irme, con todo eso que voy a sentir y que es demasiado para mi cuerpo (mi mente y mi corazón). Voy a caminar por las tristes calles del centro, con el sol cayendo entre los edificios, queriendo pero no pudiendo llorar.
Para finalmente volver; a mi vida horriblemente cotidiana, a los dolores diarios, a los colectivos llenos, a la gente mirando sin ver, a las parejas enamoradas, a las mujeres abandonadas, a las promesas rotas, a las gracias, a los perdones, a los "te quiero". Aceptar lo que me tocó, y decirme, nuevamente, "hay cosas peores"..

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